Las palabras pueden herirnos mucho, tanto en forma directa como indirecta, en la medida en que no admita las diferencias.
Cuando la violencia se apodera de la palabra, se sabe donde comienza pero es difícil prever cual puede ser su final, así la creación de una opinión pública desfavorable hacia determinada personas o grupos, manipulada por intereses que no se presentan con nombre y apellidos, puede ser el caldo de cultivo para quienes promueven la distancia social. De allí, hay un paso a la exclusión, la descalificación del otro, la privación de derechos... Y cómo evitar después el ataque físico o psicológico, las expulsiones masivas, los linchamientos o las matanzas.
Y muchos de los que "se dicen tolerantes" no se mantienen al margen de este juego, apuestan muy fuerte al disfrazar sus discursos, mostrando un relativismo difícil de entender, pues no dudan en enfrentar a un torturador con su víctima y filosofar sobre la necesidad de un diálogo.
Me asustan estos personajes, pues al vaciar las palabras de contenidos, logran lo que el conejo Humpy Dumpty decía en "Alicia a través del espejo": "Cuando yo uso una palabra, esa palabra significa lo que yo quiero que signifique, ni más ni menos".
domingo, 29 de noviembre de 2009
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